Historias de cuarentena

domingo



Hace unos meses me encontraba en en casa, el "confinamiento" por Covid-19 había comenzado y aún no sé si en un acto de rebeldía o necesidad, me puse unos jeans, una playera roja, tomé mi mochila y salí a la ciudad de México.

Las estaciones o terminales, esas de las que ya les he comentado en una entrada anterior, lucían distintas; atrás habían quedad las sonrisas y los gestos de tristeza, poco se podía ver de las emociones reflejadas en los pliegues de la piel de las caras de las personas, el "cubrebocas" no permitía ver mucho.

Ahí estaba, en una estación semi desierta, las personas trataban de evitar el contacto con extraños y tratando de guardar detalles en la memoria atravesé el corredor hasta salir. Afuera ya me esperaba el Uber que había solicitado previamente.

Me subí y comenzó el viaje a casa de Toño, un amigo que me ayudaría a reparar mi computadora (razón por la que fui a la ciudad) y a quién hacía un par de años que no veía. 

Soy de esas personas a las que les encanta ver la a través de la ventana mientras está en movimiento, esa sensación de libertad me gusta y de poder disfrutar de los diversos paisajes de México me encanta. En eso estaba, gozando de la vista cuando me percaté de que también la ciudad estaba distinta, menos autos, menos tráfico y pocas personas en la calle, justo en ese momento Don Alejandro comenzó a platicar conmigo.

El hombre tendría unos 55 años, usaba una chamarra color marrón y una gorra. Comenzó a preguntar.

- ¿Viene de visita o vive aquí joven? 
--Vengo a visitar a un buen amigo
- Qué bien joven, solo cuídese mucho, con el asunto del virus es bueno tener precauciones siempre. ¿Gusta un poco de gel antibacterial?
--Sí, gracias. 

Tomé el recipiente del gel y vertí un poco en mis manos.

-- Gracias
-De nada joven.

La plática continuó en relación al virus, cómo la ciudad se había ido "apagando" poco a poco y como él y su familia habían reaccionado, ahí fue cuando dijo algo que me llamó la atención.

-Yo por ejemplo, trabajaba doce horas al día, pero ahora solo trabajo seis.
-- ¿Por qué?
-- Hay que pensar en los demás. Hay menos gente en la calle, por lo tanto realizo menos viajes... entonces los debemos ser conscientes de que todos necesitamos llevar dinero a casa, así que en seis horas echándole muchas ganas saco lo más que puedo y me voy a casa pensando que alguien más tendrá las otras seis horas que yo no trabajo y así podrá reunir dinero para su casa también. Quién sabe cuando vaya a parar esto, así que es mejor compartir.

El nivel de empatía de Don Alejandro me sorprendió. Saber que él dejaba de trabajar para que otra persona pudiera hacerlo fue una muestra clara de que ahí afuera, habemos más personas preocupadas por los demás. 

He de confesar que mientras lo escuchaba la piel se me fue poniendo chinita y el corazón se me ensanchaba de alegría. Ojalá hubiera más personas así. 

Lo felicité por pensar y actuar de esa manera. Encendió la radio y terminamos el viaje. Llegamos a casa de Toño y nos despedimos de Don Alejandro.

A raíz de la pandemia y el confinamiento, historias como la que les he compartido, historias de cuarentena, han ido surgiendo en varias partes del mundo. La brecha de desigualdad de oportunidades se hizo muy notoria y la empatía de las personas (en muchos de los casos) se ha volcado hacia los más vulnerables. Ojalá que lo que hoy estamos aprendiendo no se nos olvide.

Abrazos.