Creo que todos nos hemos sentido así alguna vez, mientras
caminamos por la calle, mientras conversamos con alguien y de repente solo
vemos el movimiento de su boca, sin lograr distinguir lo que está diciendo, o
recostados sobre nuestra cama pensamos y sentimos que es ella quien llega y nos
hace compañía, a quien le podemos contar nuestros temores y dudas sin que nos
recrimine que hemos hecho mal. Así, abrazados a ella, desahogándonos y llevando
una especie de catarsis es como
analizamos cada una de las decisiones tomadas,
valoramos todo aquello que tenemos y logramos tomar de nuevo el camino.
Hace algunos días así veía algunos árboles fuera,
solitarios, arrullados por el suave viento que les mecía con ternura, como si
les susurrara algo. Hoy, han cambiado,
su catarsis ha terminado y han dejado de llorar, quizá esas lágrimas son las
que les han renovado por dentro y han decidido seguir adelante, han nutrido de
nuevo esas ramas y han surgido nuevas hojas y nuevas flores.
Lo que me ha dejado con la idea de que la soledad es una amiga, que nos ayuda y que debemos aprender a estar con ella, porque en ocasiones no viene sola, la soledad es acompañada de lágrimas; mismas que se unen al abrazo y nos acarician el rostro, en señal de apoyo.
Lo que me ha dejado con la idea de que la soledad es una amiga, que nos ayuda y que debemos aprender a estar con ella, porque en ocasiones no viene sola, la soledad es acompañada de lágrimas; mismas que se unen al abrazo y nos acarician el rostro, en señal de apoyo.
Y así, de vez en cuando, muy de vez en cuando yo también, en
señal de agradecimiento, le he dado un beso a la soledad.
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